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El precio del cambio

El precio del cambio, es alto y costoso, te golpea en las estructuras familiares, en las laborales, en los distintos sistemas a los que perteneces, en el bolsillo…, pero también y sobre todo en el corazón…


Tiene la trayectoria del camino del héroe, con subidas, tropiezos y caídas. Sabe más a gracias que a perdón, pero con frecuencia implica romper relaciones que ya no suenan bien porque vuestras melodías se han desacompasado.


El precio del cambio a veces se siente como un puñetazo en las costillas cuando, después de tanto esfuerzo y sudor, no llega el reconocimiento de los que más…, te importan.


Tiene un sabor agridulce: gustas menos a otros para poder gustarte un poco más a ti. Y pasa por dejar de rellenar expectativas ajenas y complacer a los demás, para poder rellenar las tuyas.

Tiene el color de los límites, no el de las fronteras infranqueables. Sabe a cara lavada y huele a sudor, a la arena del ruedo, al miedo a torear ante la incertidumbre de lo nuevo.


El precio del cambio pesa toda la carga de una etiqueta en la espalda, el estandarte de un estigma que no puedes arrancar ni con agua hirviendo. Además de la distancia y soledad que acompaña todo el proceso.


Busca romper con dinámicas que sólo tú quieres extirpar. Con maniobras sutiles que (te) pellizcan especialmente cuando “el grupo” te coloca en el mismo lugar que años atrás. No siempre es fácil esquivar la pelota, tan sólo una palabra incorrecta es suficiente para seguir siendo “el patito feo del estanque”, “el incapaz” o aquella etiqueta a la que te hayas apegado.


No siempre hay permiso u oportunidad pero sabes que no debes dejar de remar, por ti, para ti, para que tu bote no se hunda y te toque nadar a la casilla de salida.


El precio del cambio es dejar de esperar reconocimiento ajeno para conseguir el propio, implica querer(te) y aplaudir(te) cuando planeas bien, pero también, cuando se enredan las alas al volar.


El precio del cambio es abandonar la lucha con otros para poder encontrar la paz en ti.


Implica la renuncia, el no 'tener que demostrar' a nadie más que a ti mismo. Conlleva dejar de justificar tus decisiones al resto y quedarte solo con aquellos que sepan abrazarte en tu vulnerable imperfección.

Requiere tomar un tiempo para recuperarte del cansancio que supone, que el cambio, siga siendo invisible para aquellos que más quieres. Y llorarlo, llorarlo desconsolado hasta que decides darte el amor y el mérito que otros no pueden, o no quieren darte.


Por eso implica aceptación. Para poder aprender que nada es estático, que todo cambia y nada es personal; que en un ciclo no hay subida sin bajada, todo tiene un principio, un final… Las despedidas son parte de la vida, no son ̶s̶i̶e̶m̶p̶r̶e̶ tu culpa.


El precio del cambio se expresa en menos latigazos y más abrazos, en el proceso de contarte quién eres, quien serás y quién has sido de forma diferente. El viaje alberga y da cobijo a muchos sentimientos, pero tiene la forma de estas palabras: un empujón en el camino, por si alguien más se encuentra abatido.

Porque el cambio tiene un precio, sí.

Pero te concede la virtud de sentirte sostenido por tu propia compañía.


¿La recompensa?


El valor de ser tú.



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